Una web que me encanta visitar y en la que me puedo estar horas es la web de la Fundación para la diabetes http://www.fundaciondiabetes.org/. Es  mi web de referencia y en una próxima entrada me gustaría hablaros en detalle de ella, aunque no será en esta ocasión.

En uno de mis muchos paseos encontré un artículo que me sorprendió por su título “Diabulimia” y que podéis leer completo en http://www.fundaciondiabetes.org/general/articulo/212/diabulimia. El autor es el encondrinólogo pediátrico Roque Cardona Hernández.

Si ya habéis dado una vuelta por el blog, sabréis que mi debut fue poco antes de cumplir los 13 años por lo a que mi desarrollo adolescente se le juntó esto de la diabetes. Mejor no os cuento lo duro que fue para mi madre pasar mi edad del pavo. Siendo la pequeña de 4 hermanas se podría pensar que ya tenía experiencia, pero mi adolescencia no fue fácil para nadie en mi casa.

Si algo marcaba los 90 en cuanto al físico era la delgadez. No había lugar para las curvas y mucho menos para los kilos de más. Y pobre de ti si los tenías. Entonces no lo llamaban bullying (los términos en inglés no pertenecen a la Generación X) pero en la adolescencia de cualquier generación, el que no está dentro de lo establecido, está fuera y a ese hay que recordárselo y si es de una forma cruel, mejor.

El caso es que en este panorama estábamos yo y mis “kilos de más” en plena adolescencia. No voy a decir que fuera una persona con sobrepeso ni nada similar, de hecho creo que será la única cosa que ha estado dentro de los valores correctos en mis revisiones siempre, pero el normopeso no era lo que se correspondía con el  prototipo de hueso marcado que tanto se estilaba por entonces y la adolescencia por definición es una etapa de extremos y yo sólo veía que no era tan delgada como me marcaba la moda y eso me hacía sentir fuera, y yo quería estar dentro. Eso, y que siempre había gente que se empeñaba un recordártelo con “apelativos cariñosos” que van desde vaca-burra, foca hasta el gorda sebosa te has comido a Willy en lugar de liberarlo. Así que para mí perder peso se convirtió en algo prioritario.

En esa época las palabras bulimia y anorexia resonaban en mi cabeza como en las de cualquier otra adolescente, pero en mi caso no llegué a esos extremos sobre todo, porque a pesar de intentarlo, nunca fui capaz de provocarme el vómito y porque lo de no comer por voluntad propia me llevaba a tener hipoglucemias que me hacían comer sin tener en cuenta voluntad alguna.

Adolescencia en estado puro (menos mal que ya pasó, jajaja)

Hasta que un día vino a esta mente mía una idea que a mí me pareció maravillosa por su simpleza. Si antes de que me diagnosticaran y empezara a ponerme insulina era la persona más delgada que conocía, lo único que tenía que hacer para volver a ser la más delgada era dejar de ponerme la insulina. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

 

Así que dicho y hecho, adiós insulina.

Por aquellos entonces ya había cambiado a los bolígrafos con insulinas premezcladas y tenía cierta autonomía en cuanto a los pinchazos por lo que la parte que a mí me parecía la más difícil (engañar a mi madre) la tenía controlada. Bastaba con que no viera los resultados al medirme el azúcar. Así que le vendí la moto de que quería ser más independiente y hacer yo las cosas por mí misma y como le pareció bien, mi plan de adelgazamiento no podía fallar. Volvería a ser la persona más delgada de todas.

Con lo que no conté fue con mi conciencia. Ya llevaba algunos años con la diabetes como compañera y conocía bien las consecuencias de un mal control. Pensaba inocentemente, que como eran cosas a largo plazo a mí no me afectarían, por lo menos en ese momento y lo que yo más quería era estar delgada. Era mi prioridad.

Pero esas consecuencias, sin yo saberlo, estaban muy arraigadas en mi mente. Esa misma mente que había hallado la forma perfecta de adelgazar, fue la que pasados unos meses me advirtió de que aquello no podía seguir así.

Durante meses, a escondidas, en lugar de pincharme la insulina, la tiraba (ahí se me grabó en la mente el olor raro de la insulina) y también a escondidas falseaba los valores de azúcar, pero la HbA1c no miente y cuando vi que aquello se estaba desmadrando demasiado (pasé de estar por debajo de 7% a estar cerca de 10%) decidí parar mi locura y volver controlar la diabetes en lugar del peso.

¿Sabéis lo más irónico? No me funcionó. No volví a ser la persona más delgada que conocía durante los meses en que dejé la insulina de lado.

Muchos años después acabo de descubrir que esto tiene un nombre, bastante feo por cierto, y es Diabulimia. Y está dentro de los trastornos alimenticios que yo pensaba que no había tenido. La sensación es muy extraña. Y más extraño aún es confesarlo así. Hasta este momento no había compartido este episodio de mi vida más que con un par de personas (literalmente) y hacerlo así resulta liberador.

La adolescencia es dura, muy dura. Y cuando eres adolescente no dejarte llevar por el grupo es un imposible o al menos es algo al alcance de muy pocos. Yo me dejé llevar y ahora lo pago, con complicaciones (de esa época y del resto de épocas de la vida también). ¿Me arrepiento? No. Pero básicamente porque no me sirve para revertir el daño que le hice a mi cuerpo durante meses y eso es lo que me lleva a compartirlo. Si este post ayuda tan siquiera a que una persona no caiga en esta locura de nombre raro, daré por saldada la cuenta pendiente que tengo con mi cuerpo por hacerle tanto daño de una manera tan absurda.

Nos leemos entre pinchazos. Besos dulces.


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