Historia de otoño
Después del verano llega el otoño, es algo que pasa siempre, puede tardar más o menos en llegar el frío, pero no falla, el tiempo transcurre y la vida evoluciona.
El verano trajo la primera historia de esta saga que hoy continuamos. Si te falta ese capítulo pásate por aquí antes de seguir.
Otoño es una época en la que vuelven las rutinas tras el parón vacacional, bajan las temperaturas, los abrigos se sacan del armario. Y todo sigue su curso.
Pero el otoño sacó algo más que mi abrigo del armario.
Siempre he sido bastante tímida y la vergüenza tiende a apoderarse de mí fácilmente. Hasta el punto de dejarme totalmente bloqueada.
Las palabras del verano seguían incrustadas en mi mente infantil (demasiado infantil entonces) y no podía dejar de pensar que nadie querría ser mi amigo nunca más.
En el hospital no me habían advertido de que además de pelear con mi cuerpo, tendría que pelear con tópicos erróneos sobre la diabetes que estaban muy extendidos.
Imaginad hasta donde llegaban los tópicos que incluso yo los creía. Yo también era de las que pensaba que lo único que no podía tomar era azúcar… Eran otros tiempos, no lo olvidemos.
Me cansé de oír durante mucho tiempo el que era normal que tuviera diabetes, con lo gordita que era y todo lo que comía.
Mi mente no acabada de asimilar esa información porque siendo la pequeña de 4 hermanas nunca vi que a ninguna de ellas le hubiera pasado lo mismo a pesar de ser de constitución similar en la niñez.
Entonces llegó un sentimiento otoñal que me acompañó durante mucho tiempo: culpabilidad.

No quiero que se pierda el contexto temporal, era principios de los 90 donde la información se buscaba en la enciclopedia que había en el salón de cada casa
El término enfermedad autoinmune durante muchos años de mi vida fue algo totalmente desconocido. Yo tenía diabetes y sin saber cuál era su origen, viendo que nadie a mi alrededor estaba en la misma situación, sólo podía pensar en que algo había hecho mal yo y que por eso ahora tenía diabetes. Causa y efecto. Algo razonable.
Lloraba mucho cuando estaba sola porque no sabía qué era lo que había hecho, pero algo tenía que haber hecho mal porque eso había llevado a que tuviera diabetes.

Era un sentimiento de castigo divino.
De la diabetes al infierno había un paso y yo iba camino de él pasando por ese purgatorio.
La culpabilidad pesa mucho y en una niña de 13 años recién cumplidos en el hospital durante su debut, era peor que llevar el mundo sobre los hombros.
Y como me sentía culpable, no se lo decía a nadie, no hablaba de mis miedos y de ese sentimiento de culpabilidad diabética que cada día ocupaba más espacio dentro de mí y que me atormentaba sin ningún tipo de piedad.
“Me lo merezco por gorda” esa era mi conclusión. La idea me parecía de una lógica aplastante y efectivamente así fue, aplastante…
Dale un sentimiento de culpabilidad a una persona de carácter retraído y tendrás una bomba de relojería a punto de estallar a cada momento.
Y así fue: estallando a cada minuto.
Me volví más huraña de lo que ya era, no quería relacionarme con nadie nuevo porque eso supondría que en algún momento tendría que decir que tenía diabetes.
Y no sólo no quería relacionarme con gente nueva, es que en muchas ocasiones no quería ni juntarme con mi gente de siempre. La curiosidad es normal y se tienen preguntas pero yo no tenía respuestas. Pensaba que había hecho algo mal y por eso tenía diabetes, pero no sabía qué era en concreto.
Sabía que mi enfermedad no se contagiaba, eso lo tenía claro, pero no sabía el origen de ella, qué me había llevado pasar ese mes en el hospital. Las enfermedades no surgían de la nada de forma espontánea o eso pensaba.
Si cogía un catarro por no haberme abrigado bien en un día frío, ¿qué había hecho para estar ahora enferma con eso que llamaban diabetes?

No tenía esa respuesta y eso me consumía.
Por eso le daba vueltas y más vueltas. Quería entender. Pero no tenía respuestas. Solo sentimiento de culpabilidad porque las enfermedades no vienen solas.
Sobre todo pensaba que podía ser porque era gorda. Pensaba que podría ser porque durante un mes no desayuné. Pensaba que podría ser porque comía muchas chuches los fines de semana. Pensaba mil cosas y siempre me reconcomía porque pensaba que lo podría haber evitado. Pero nadie me había avisado de que esto podría pasar.
La culpabilidad me llenó de nubes. El otoño se instaló dentro de mí dejando tormentas emocionales y nubes negras que hasta muchos años después no se fueron.
La información es poder y hoy tenemos mucha. Sabemos que la diabetes es una enfermedad autoinmune, de esas que no tienen explicación, pero a mí esa información me llegó tarde. Nunca pensé que no fuera culpa mía y arrastré la culpabilidad durante el largo otoño de mis emociones.
No quedaban días de sol dentro de mí. Niebla, nubes, lluvia y oscuridad llenaban mi largo otoño.

Pero igual que pasó el verano, pasó el otoño y llegó el invierno, pero esa será otra historia que veremos más adelante (si os apetece claro).
Como siempre estáis invitados a dejar vuestros comentarios abajo tanto para alabarme el gusto como para ponerme a parir. Todos sois bien recibidos, salvo el spam.
Nos leemos entre pinchazos. Besos dulces.
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