** Segunda primera parte de esta trilogía del endocrino. Si no has leído la primera pincha aquí


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LAS DOS TORRES

Tras salir de la comarca y dejar a Gandalf el Gris atrás, me tocó enfrentarme a un  mundo nuevo y desconocido para mí. Ahora era una adulta de 14 años y mis revisiones pasaban a ser con un especialista llamado endocrino, ya no había más pediatras para mí.

Esta época abarca aproximadamente desde los 14 años hasta los 25. Empezamos a hablar de una época oscura en mi diabetes (véase uno de los peores ejemplos pinchando aquí).

Esta época está marcada a nivel médico por dos endocrinos a los que de manera genérica voy a llamar Las dos torres (estamos en el universo Tolkien y mi imaginación hoy está de buen humor).

dos torres endocrino

Si os digo la verdad para mi es una época que recuerdo tan mala que ni siquiera soy capaz de recordar quién llegó antes de los dos, ella o él, pero en verdad, poco importa….

Cada profesional de la medicina tiene su manera de trabajar. Totalmente respetable y correcto, por supuesto. Pero desde mi punto de vista de pre adolescente, con la vida recién cambiada, ninguno de ellos era lo que yo necesitaba en ese momento.

¿Qué es lo que más cambió para mí? Ya no era una niña pero tampoco era una adulta y seguía necesitando el apoyo que hasta entonces había tenido con mi pediatra aunque ahora se llamara endocrino.

Hasta ese momento me sentía arropada y en cierta manera acompañada en este arduo camino.

Ahora estaba delante de alguien nuevo, que no me conocía y a quien yo no conocía. Las consultas pasaron a ser algo totalmente impersonal. Ya no era la niña con el mejor control. Me había convertido en una paciente más. No me gustaba el mundo de los adultos ni esto del endocrino. Yo quería a mi pediatra 🙁

mesa endocrinoUna vez asumido que Gandalf el Gris no volvería, iba a ver a las dos torres los cuales me decían el resultado de mi hemoglobina glicosilada y me hacían una retahíla de preguntas  desde el otro lado de la mesa porque nunca se acercaban.

Había una barrera física en medio y al final para mí se convirtió el algo emocional también. Ya ni siquiera me miraban las zonas de los pinchazos.

No quiero que parezca que culpo a estos médicos de mi degeneración diabética durante la adolescencia (y más allá). Eso nunca. Como ya he dicho, estos endocrinos no eran lo que yo necesitaba y eso no les resta a ellos cualidades como médicos.

No me supe adaptar, no estaba nada motivada y esto coincidió con la maravillosa adolescencia. Así que pasé de todo y sobre todo pasé de cuidarme. Me daban igual los resultados, no me miraba el azúcar ni por casualidad, falseaba los controles antes de llevarlos al médico, bueno, más bien me los inventaba.

A pesar de tener a mi madre encima, me las arreglaba para que pareciera que hacía las cosas bien pero estaba muy lejos de eso. Iba a decir que me limitaba a ponerme la insulina (por aquellos entonces había dejado atrás las jeringuillas de tapón rojo y estaba con los bolígrafos de insulina premezclada) pero es que hubo una época en que ni eso.

Luego iba a la consulta ponía cara de buena y de sorpresa al endocrino de turno al oír los resultados diciendo que no entendía qué pasaba porque yo hacía todo lo que me decían y ahí trataban de acertar con algún cambio en la pauta de mi tratamiento.

mundo sobre los hombrosNunca nadie sospechó nada, nadie se dio cuenta de que el problema no era el tratamiento. El problema estaba en mí y en que estaba totalmente sobrepasada por la situación. No aguantaba el peso del mundo sobre mis hombros.

Mi madre no sabía qué hacer. Pidió el cambio de endocrino porque veía que no estaba bien en las consultas pero el cambio tampoco resolvió nada, porque el trato era el mismo. Impersonal.

Yo estaba perdida.

Mi madre me acabó llevando a un psicólogo pero yo seguía en mi pauta de mentira tras mentira, y poco se puede hacer por ayudar a quien no quiere ser ayudado.

Todo este resumen abarca unos cuantos años, yo había acabado instituto, universidad e incluso de vez en cuando encontraba algún trabajo por Logroño.

Digo por Logroño porque en esa época también en mi afán por encontrarme a mí misma cogí maletas y me fui de aquí. Estaba cansada de sentirme nadie y quise encontrarme. Y desde los 21 hasta los 26 pasados iba y venía trabajando fuera de aquí. De esto ya hablaremos más adelante (ya sabéis lo que me gusta mantener la intriga).

mudanza

Me pasaba unos meses fuera de aquí, conocía gente, lugares y cuando volvía iba al médico a ver resultados. No eran mucho mejores que cuando no me ponía la insulina, pero al menos ahora ya me la estaba poniendo.

Al final en una de estas que fui al médico estallé y dejé de ir. Hablamos de un periodo de dos años.

El quid de la cuestión.

En uno de mis intervalos de ida y vuelta, decidí que quizá podía intentarlo en Logroño, buscar un trabajo y asentar aquí mi vida. Así que cuando me salió un trabajo en una tienda, yo feliz.
Me tocaba revisión por la mañana y trabajaba por la tarde (a eso de las 15.00 horas más o menos). Yo tenía revisión a las 12.00 así que no dije nada, había tiempo para la consulta, ir a casa, comer y llegar a trabajar. O eso pensaba yo.
Cuando llegué me extrañó que hubiera mucha gente y que comentaran el retraso que llevaba. Nada nuevo la verdad, aunque sí algo más exagerado que en otras ocasiones. Yo me senté a esperar y la gente fue entrando, ya eran las 13.00 horas (me empezaba a apretar el tiempo), me empezaba a poner nerviosa. Sabía que aún faltaba por pasar gente antes de mí. Pero bueno, paciencia, por eso se llama sala de espera.
13.30 que mal para llegar a comer, pero bueno, solo hay una persona más por delante de mí. Pasa esa persona. Soy la siguiente, voy a tener que correr mucho, pero llego. Gran error por mi parte pensar eso.
He pasado infinidad de horas en salas de espera y nunca, en la vida me ha pasado ni he visto lo de ese día. Se podría pensar que cuando salió el paciente anterior entré yo ¿verdad? Pues no. Entró un visitador médico.

furia toro sala espera endocrino

Soy una persona visceral, me dejo llevar por mis sentimientos y en ese momento os puedo asegurar que no sé cómo no le dije de todo. A veces la buena educación no es la mejor respuesta. Con todo mi cabreo, recogí mi abrigo y mi bolso, me despedí de la gente, después de tanto rato esperando nos hicimos “amigos” los que allí estábamos y me fui. El resto de la gente tampoco daba crédito, no a que me fuera, si no a que hubiera pasado el visitador antes que cualquier paciente.
Llegué a casa, conté lo que había pasado y mi padre me tuvo que bajar a trabajar porque no llegaba ni corriendo.

Y decidí que no volvía y así lo hice. Durante dos años no pisé la consulta de un endocrino. No quería volver a verle la cara a ninguna de las dos torres y no me quería arriesgar a que apareciese una tercera. Me planté en ese tema…

La semana que viene seguimos con esta historia que se me ha hecho un poco larga y la he tenido que dividir 😉

Como siempre estáis invitados a dejar vuestros comentarios abajo tanto para alabarme el gusto como para ponerme a parir. Todos sois bien recibidos, salvo el spam.

Nos leemos entre pinchazos. Besos dulces


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