Si estás aquí conmigo leyendo mis locuras y devaneos, tengo por seguro que algo de diabetes sabes, o al menos te suena, y no hace falta que comente que esto es una enfermedad crónica, por lo menos a día de hoy (y personalmente creo que durante muchos años más, tristemente)
¿Qué supone que algo sea crónico? Pues que a diferencia del amor o de la hipoteca (que hasta esto tiene final) esto sí que sí que es para siempre. Vaya suerte la nuestra…
Al final, como con todo, te adaptas a vivir con el páncreas externalizado y llegas a tener una calidad de vida igual que la de cualquier otra persona. Con el tiempo he aprendido a tener cuidado con las cosas y a preguntar sin ningún tipo de vergüenza ni estigma.
A mí me han dicho que preguntando se llega a Roma y yo quiero recorrer el mundo entero (así de aplastante es mi lógica).
El tener diabetes no te exime de ninguna otra cosa. No es como si tu cuerpo dijera: he hecho que tu páncreas no funcione así que todo lo demás va a funcionar bien. Así que mientras hacemos malabares con nuestros controles, tenemos que lidiar con lo que nuestro bendito cuerpo pase en cada momento y con factores exteriores, que muchas veces hace de esto un circo de 3 pistas con un solo actor para entretener a todo el público.
Lo habitual puede convertirse en extraordinario con un simple estornudo. Que el de al lado tenga gastroenteritis te hace temblar hasta las pestañas. Ese golpe de nada que te diste contra la esquina de la cama, hace que tengas una cicatriz eterna en la espinilla. Creo que entendéis por donde van mis derroteros…
¿Qué es lo más incompatible que mi bendito cuerpo tiene con la diabetes? Os dejo una pista
Sí mis dulces amigos, junto con la diabetes crónica tengo una falta de memoria y un despiste que hacen que mis conocidos me consideren una persona pegada a la buena suerte que a pesar de todo, ha llegado a cumplir los 39.
Coger un autobús urbano, es toda una aventura, sé dónde estoy en el momento de cogerlo, pero a dónde llegaré… Pondría en jaque a cualquier adivino de los que salen en la televisión de madrugada.
Sé que suena exagerado, y probablemente lo sea, pero mis razonamientos y mi lógica desafían la ley de la gravedad y a esto le juntas la incapacidad de recordar mezclada con la pereza de hacerlo y tenemos el coctel explosivo que es mi vida muchas veces.
Os pongo un par de ejemplos (sólo un par) para poneros en antecedentes:
Un día normal y corriente me llevaban en coche y tenía yo que salir a comprar una cosa rápidamente. Puede que en otros sitios no, pero aquí en Logroño, eso supone dejar el coche en doble fila, previas maniobras porque siempre hay más coches en la misma situación. Paramos, salgo del coche, hago mi recado, vuelvo corriendo, me meto en el coche, me pongo el cinturón (la seguridad es lo primero) y de repente oigo: “Creo que te has equivocado”
Y efectivamente, sí. Me había metido en otro coche del mismo color y con 4 ruedas, eso era todo lo que tenía en común porque ni siquiera estaba en el mismo sitio… Así que con las mismas me quité el cinturón, me despedí (después de la seguridad va la educación), me bajé de ese coche y me metí en el correcto. La cara de mi amigo un poema, las risas que nos echamos, brutales y en mi cabeza un único pensamiento: ya decía yo que estaba muy desgastada la tapicería…
Cuento ésta porque es la que más me recuerdan (algo bastante normal por otra parte) pero ni es la única ni es la peor.
Pues a ese estado mental de despiste crónico, tengo que añadirle que el concepto “navaja de Ockham” es todo lo contrario a cómo procesa mi cabecita las cosas. No me voy a entretener mucho, este ejemplo es rápido.
En mi antiguo trabajo, entra un chico, pregunta por mi jefa, no está, informo al muchacho. Respuesta del susodicho: estará con mi cuñado.
Al salir, las compañeras dicen: Seguro que es el hermano de la jefa. Yo: qué va, éste seguro que es el marido de la hermana de José (marido de mi jefa)
A qué sabéis quién tenía razón, ¿no? La respuesta correcta era la directa: el hermano.
Así que si algún día por fortunas de la vida hablamos o incluso nos llegamos a conocer, no os llevéis las manos a la cabeza si hago alguna de estas, lo raro sería que no fuera así.
Y todo esto a cuento de qué os estaréis preguntado. Pues fácil, con estos antecedentes habréis llegado a la pregunta clave: ¿Y cómo te apañas con la diabetes?
Pues mal, jodidamente mal. Lo podría endulzar y deciros que no es para tanto, que al final las costumbres pesan más que la mala memoria, que después de tantos años ya lo tengo controlado y paparruchas similares, pero no me gusta faltar a la verdad, y me apaño mal.
¿Cómo lo soluciono? Cruzando los dedos y en breve empezaré con las velas, aunque esto no lo veo muy seguro para mí, seguro que acabo en la sección de sucesos del periódico. Me resulta muy difícil recordar las cosas, es algo que roza lo patológico. Tengo libretas en mi casa de todos los tamaños, colores y formas. Agendas. Recordatorios en el móvil. Nada me funciona más de una semana. Y el motivo es obvio, olvido mirarlo…
Me frustra tanto todo esto. Intento tener mejor memoria, centrarme más para no despistarme (anda una mosca), hacer listas para no dejarme cosas, pero nada L
¿La peor consecuencia de todo esto? Si habéis pasado por mi perfil de Instagram últimamente, habréis visto que el lunes tenía una glucemia por las nubes. Estuvo así todo el día, pero al haber comido arroz pensé que podía ir más por esa parte que por otra cosa. Hay días malos en los que nada de lo que hago para corregir funciona y tampoco lo quise llevar a un extremo (los nervios no son los mejores amigos de las hiperglucemias). En mis pautas de insulina, la lenta me la pongo por la noche (sobre las 22.00 horas) y a la vez me tomo la píldora. El lunes al ir a ponerme mi dosis casi se me cae el bolígrafo cuando vi que no tenía aguja.
No os parecerá raro, pero yo sé lo que significaba. El bolígrafo estaba sin empezar, sacado el domingo de la nevera… Efectivamente, se me olvidó ponérmela. Y sabéis por qué se me olvidó. Porque la noche anterior me volví loca porque no encontraba la píldora (cuando no duermes en casa siempre, hay cosas que tienes que llevar contigo porque no tienes duplicados). Y lo peor no es eso, es que cuando me di cuenta de que no me había puesto la insulina fue cuando me estaba volviendo loca porque había vuelto a perder la píldora (menudo déjà vu).
Llegado este punto pensaba acabar la entrada con alguna conclusión de las mías. Escribir las entradas me cuestan varios días en los que voy poniendo, quitando, leyendo y releyendo y os juro que esta mañana cuando he visto que estaba en 190 cuando he tenido hipoglucemias el resto de la semana, no me lo podía creer y sí mis amigos dulces, por segunda vez esta semana me he olvidado de ponerme la insulina lenta…
Mientras escribo esto me siento llena de frustración y rabia. Me enfado conmigo misma tanto… No me basta con pelear un mi páncreas, también tengo que luchar con un despiste que he llevado a saltarme dos salidas en la autopista. Cuando juntaron las partes de mi cuerpo, el ingeniero no hizo una buena elección de piezas.
Y no es los más frustrante saber que te has olvidado ponerte la insulina, hay algo incluso peor, no saber si te la has puesto o no…
¿Encontraré alguna manera que me resulte eficaz más de una semana? No lo sé, sigo en ello. Mientras tanto seguiré mi pelea personal cuerpo y mente cual guerrera azul que soy.
Como siempre estáis invitados a participar en los comentarios con vuestras historias y/o trucos para esto. Todo comentario es bien recibido siempre.
Nos leemos entre pinchazos. Besos dulces.
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